17 sept 2020

Lucharán a 2 de 3 caídas sín límite de tiempo

2 de 3 caídas sín límite de tiempo, acrílico sobre papel, 90 x 60cm.

La lucha libre me encanta, desde pequeño me gusta. Iba a la Arena México o a la Arena Puebla a ver las luchas, mi papá dice que me subía la butaca, levantaba el puño y les gritaba a los rudos "¡Cobarde, cobarde!, ¡Déjalo, suéltalo!" para que dejaran en paz a los técnicos. Siempre me han indignado las injusticias.

Todos los domingos al medio día las daban por televisión (incluso no sé si sigan haciéndolo), procuraba no perdérmelo, Octagón, Atlantis, el Perro Aguayo, el Rayo de Jalisco, el Último Dragón, Blue Demon Jr, el hijo del Santo, eran mis favoritos y los que más me emocionaba ver luchar.

Mi tío Luis siempre me decía que eso era una farsa, que era una pantomima, que no era un deporte, era una representación. Algo de razón tiene, pues sí que es una representación del bien y del mal. Los técnicos, pelean con recursos legales, en cambio los rudos, usan cualquier artimaña para ganar. Son pícaros, inteligentes y hábiles, en ocasiones tienen al referí de su parte, y les solapa sus triquiñuelas.

La mayoría de las veces los rudos ganan haciendo trampa. Es un espectáculo sencillo, eficaz y donde estiran los arquetipos todo lo que pueden, por eso a lxs mexicanxs nos gusta tanto, es como nuestro día a día.

Los microbuseros peleando unos con otros para conseguir más pasaje, cometiendo infracciones y haciendo violentos giros para ganar, lxs abogadxs de los juzgados pidiéndote el "aliciente" para agilizar el trámite, los de tránsito deteniéndote y estrechando tu mano para recibir el billete de la mordida, los policías cobrando a los negocios del barrio la cuota reglamentaria para seguir cuidándoles. Todos ellos rudos. Todos ellos cobardes. Como en la lucha libre, en la vida.

Cuando comencé el cuadro no sabía qué hacer, solo quería manchar un papel gigante la noche del 31 de diciembre del 2016, eso hice, manché con brochas, cuchillos y tenedores el fondo, después hice el rostro. Unos años después lo retomé y lo convertí en la máscara de uno de los luchadores más legendarios de México y del mundo: El Santo. Sé de buena fuente, porque le conoció, que era un buen humano. Decidí acabarlo tres años después. A mucha gente que lo ha visto no le gusta. A mi sí. 

¿Cómo no gustarme, si es un luchador?








 

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