2 sept 2019

En blanco - TREINTAIOCHO y último de la serie


En blanco - (TREINTAIOCHO, último de la serie y cuesta 75€)



Llevé a mis alumnas y alumnos al taller de grabado de Belinda Palomino, el "Sapo Panzón", la idea era que conociéramos las diferentes técnicas de grabado que ahí hacían, la artista gráfica Paty García, nos lo explicó todo.

Habíamos ido a ese taller porque Belinda Palomino era amiga de Gabriela Sierra, mi jefa, la directora de Omeyocán, la peculiar y experimental escuela donde yo era profesor de Historia del Arte y de Pintura.

Disfruté mucho el sitio y las explicaciones, pero ahí me di cuenta de algo que quería hacer para siempre: Pintar.

En una de las salas del taller de grabado, había una pizarra, dividida en columnas y filas, en ella había anotado pendientes como: "Llevar cuadro a Café Eco para la subasta", "Pintar cuadro para colectiva en Tlaquepaque", y alguno más que no recuerdo. Entonces pensé que yo quería tener "una lista" así, con cuadros por entregar.

Años después Belinda Palomino y Paty Gracía fueron portadas de la Revista Casiopea, una publicación que dirigía y que hacíamos con ayuda de mucha gente. 

De las cosas más emocionantes que hay para mí, es comenzar a pintar en un lienzo en blanco, disfruto mucho pintar. 

Por eso la serie Tlakati, que es un juego con el que celebro la vida, los detalles y lo cotidiano, acaba aquí, con un lienzo en blanco.

Pero para que sea más emocionante el final, debe haber alguien dispuesto o dispuesta a estar en mi pizarra de pendientes para poder escribir "Debo pintar cuadro para..." 

El último de la serie cuesta 75€ y si lo quieres, pintaré el último relato que me falta, pero solo sabrás lo que es, cuando veas el resultado final, el cuadro y la explicación solo la haré para ti. Nadie más la verá, salvo que la enseñes tú.

¿Te pongo en mi lista?
 
 
 La tortuga vuelve a casa
 
La tortuga vuelve a casa; 16 x 24 cm. 2020. (TREINTAIOCHO de la serie Tlakati - proyecto 38). 


Los últimos meses que viví en Guadalajara los pasé pintando para las exposiciones que tendría antes de irme y preparando todo para mudarme de ciudad. Sabía que esos días serían los últimos en aquel bellísimo departamento en Ramos Millán a una cuadra de Hidalgo y de Chapultepec. Comenzaban las lluvias de verano, ese aroma delicioso (que ahora sé cómo lo llaman) a “petricor”, nos acompañaba por las tardes, mientras Azul y yo (humanas), pintábamos en mi habitación con la tele encendida, Luna (perra) a nuestros pies y Momo (gata) a su aire.

Mi mesa de trabajo era de color azul, un poco destartalada y con hendiduras de la humedad. La de Azul era un escritorio pequeño. Ella y yo pintando e imaginando, mientras medio veíamos documentales del canal cultural de la ciudad...

Escuchamos decir a la voz enigmática y aterciopelada de la televisión, que las tortugas cuando presienten su muerte suelen volver al lugar donde nacieron, parar morir ahí. En la pantalla se veía una tortuga tan vieja como dos vidas humanas, con el cuerpo lleno de cicatrices, algas, moluscos, e historias. Nadaba constante, sin prisa, sin pausa, pero cansada, la cámara se acercó a sus ojos y ahí se veían las historias de los mares que conoció. Eran unos ojos de todos los tiempos.

Azul y yo dejamos de dibujar y de pintar, miramos atentos a la tortuga y después nos miramos mutuamente, como en otras ocasiones, porque sabíamos que aquello era muy especial y lo estábamos viviendo juntas.

Desde entonces, a veces interrumpo lo que hago y buscó ese documental en internet, en plataformas de streaming, no lo he encontrado, a veces pienso si fue real o no.

Aspiro a vivir y morir con su respeto por el tiempo y su dignidad para transcurrirlo.  



En México vendían unas pinturas acrílicas de la marca Atl, tenían unos colores preciosos, no las he vuelto a usar, pero me encantaban sus tonos y tecturas.



Durante años para pintar el amor y la valentía recurría a este símbolo, son dos manos entrelazadas, ocupando un mismo espacio.


La mesa se la compré a un señor que se ponía en la esquina del departamento del Sauz a vender muebles de manera de pino hechos por él. Me costó 150 pesos es decir 7 euros. Como la usaba para pintar acaba de tanto colores que poté por pintarla de azul, y cuando volví a estar muy manchada, pues la volvía a pintar. 


Cuando murió mi abuelo, a Azul le impresionó tanto el entierro, que comenzó a pintar y dibujar tumbas con flores y cosas.
 

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