28 dic 2010

El año del tomate

Tinta de chopo con tinta china sobre papel

Este año que termina, en definitiva fue difícil, se respira en el aire un pesimismo casi por inercia, se oye por todos lados la misma respuesta a la pregunta de:

¿Cómo estás? -Bueno, no sabes... podría estar mejor, ya ves con esto de la crisis. A seguir tirando-.

La crisis mundial le dio un golpe certero a Europa y en particular a España. Devoró millones de empleos, encareció la vida y orilló al gobierno a hacer importantes recortes sociales.

Pero como decía Mies Van der Rohe, dios está en los detalles, y en esos detalles también están los buenos momentos, la felicidad o las grandes lecciones sobre la vida.

Recordaré este año por muchos detalles, entre ellos a una pequeña planta de tomate, de la que aprendí unas cuantas cosas. Como no podía ser de otra manera con aquello que estableces una relación, acabamos poniéndole nombre a la planta: Fermín.

Era verano y Fermín el tomate venía escondido en la tierra de una maceta que tenía plantados a un tomillo y a una lavanda. Comenzó a crecer, primero era una pequeña hierba verde, llamó nuestra atención porque crecía a una velocidad desproporcionada para ser una mala hierba. Así que indagamos en su origen y descubrimos que era una planta de tomate.

La trasplantamos a una maceta y comenzó a crecer a sus anchas. Era tal la velocidad de crecimiento que día tras días poniendo un poco de atención podías notar cómo aumentaba su tamaño
. Le pusimos un palo para que se apoyará en él y creciera derechito.

Nació y creció así nada más, porque estaba ahí. Procurábamos regarlo, hablarle, cortarle las hojas secas, moverle la tierra, revisar que no la comieran los caracoles, pero al estar afuera, apoyado en la ventana y con las lluvias de por aquí, le bastaba para vivir.

Comenzaron a salirle flores pequeñas y de color amarillo, también unas bolitas verdes, que eran los futuros tomates.
Vimos cómo cambiaron de verde a rojo, primero nacieron dos y crecieron de un tirón, más tarde un tercero que al principio del otoño decidió madurar.

Me gustaba mirarlo al llegar y mientras el cielo se hacía invernal, Fermín el tomate poco a poco comenzó a ceder, perdió sus hojas y murió, se secó. Contra todo pronóstico vivió más meses de lo que se pensaba y además dio frutos.

Me dio tristeza su muerte. Fue un ser inerme, llegó así nada más y nos regaló tres maravillosos frutos que apenas podía cargar con sus ramas. No me imaginé que un tomate pudiera darme la dicha que Fermín me dio.

Aprendí que hay que estar atento a los detalles para no confundir una mala hierba con un tomate, que cada cosa tiene su tiempo y su lugar, pero en ocasiones existe la posibilidad de que cambie contra todo pronóstico (como Fermin que dio tomates y vivió más allá de su tiempo). Que las plantas son muy agradecidas y generosas. También, que con un poco de atención y cariño cualquier ser es capaz de llegar más allá de donde se supone debe llegar.

Y que aunque sepas que la despedida es irremediable, no será para siempre, porque si eres precavido puedes guardar en un lugar seguro unas cuantas semillas, para sembrarlas en el momento justo, cuidar y saludar nuevamente a la planta que crecerá de ahí.

Estoy esperando enero o febrero, el momento justo para sembrar lo que en el futuro será Fermín, el viejo, nuevo y mismo tomate, el de siempre.

1 comentario:

Unknown dijo...

Pues sí, las plantas nos ayudan y nos enseñan a vivir. Mantienen vivo nuestro encanto por verlas crecer, florecer, frutificar, cambiar, enfermar y renacer...