Han pasado muchos años desde entonces. Mi bisabuelo murió y la Bugambilia sigue ahí, enorme, bella, poderosa, tiñendo todo de magenta y regalando su sombra a los que esperan el camión.
Siempre que voy a Puebla en México, y que camino por esa plaza, a lo lejos veo la Bugambilia, he descansado bajo su sombra y la he visto crecer como ella me ha visto crecer a mí.
La Bugambilia crece junto al kiosko donde venden la prensa y las revistas, y durante algún tiempo, donde debía pillar el bus que me llevaba a casa cuando viví en Puebla.
Mi bisabuelo le compartió la poesía de la vida a mi padre, y mi padre comprendió la poesía de la vida y se hizo poeta. Por eso, el carretón lleno de estrellas reposa junto a la bugambilia.
La Bugambilia se llama Mundo.
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